Mientras la realidad aún te está girando la cara te acercas, al abrir los ojos es fácil sentir la claridad en el corazón;
de repente es el desierto quien te abraza.
La hermandad nace de entre las sonrisas, en cuanto los miras lo sabes,
esa es tu familia.
No vas a dejar de sentirlo ni un solo instante en toda tu estancia y, si tienes suerte, en el resto de tu vida.
Cada segundo en ese mar de ilusiones es mágico, es tan difícil de digerir que todavía no sé poner palabras en ese contexto. En cada grano de arena hay una historia con su propia voz cantante, yendo siempre más allá de uno mismo, dándolo todo por su pueblo.
Allí entiendes qué es la comunidad,
entiendes de qué iban esos sueños extraños que te hacían cosquillas en la tripa,
de golpe, con los ojos cerrados en medio de la nada, te das cuenta de que el desierto es un regalo para el alma y, a la vez, una piedra en el corazón…
y empiezas a ver la pureza de cada instante como nunca antes: al ritmo de la esperanza.